Concepto gráfico tomado de Christian Schole
No importa cuántas balas de amor tengas en el corazón. Todo es distinto en la guerra con la soledad.
Pero no esa soledad de estar sola, sin gente cerca; sino una peor, una fría en la que se está falsamente acompañado, en la que no cuentas con nadie aunque haya gente a tu alrededor. Sí, ese siempre fue mi mayor temor.
Lo aprendí en la guerra, en la guerra que llevo con mi alma. Por eso dejo la puerta abierta en las noches y espero sentada, resignada, moribunda, sintiéndome vacía de a poco, notando como sólo vienen cuando me necesitan y se olvidan de decir “gracias”.
Finjo que no importa, porque yo no tengo a quien buscar cuando la sangre gotea de mis venas al asfalto. Porque la persona que me escuchaba desapareció en un vaho de humo en una noche de abril.
Porque tuve que volver a levantarme sola directamente del infierno. Muerta de miedo, asustada del terror, sola con mi soledad.
Dando por perdida la batalla y preguntándome ¿Qué estoy haciendo aquí?.
Como siempre, como era de esperar, recibí una señal, una respuesta de que soy aunque sea un poco especial.
Me sacudí las cenizas del infierno y tomé una ballesta para pelear contra las sombras. Decidí volver de mi inframundo personal cuando me enteré de que yo era quien traía luz a sus momentos de oscuridad.
Por gente como tú es que no he muerto. Porque la gente que hace especial mi mundo, es la que ilumina mi propio infierno, quienes mantienen la esperanza latiendo en mis venas, y el amor haciéndome reír ante el éxito de la próxima batalla.
Porque no se puede atacar desde las sombras, porque ahora veo que siempre estuve del otro bando.
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