Allí otra vez, en el borde de la locura que rebosa mi
alma me encuentro yo fantaseando contigo, con tus labios y los besos que no me
has dado, con tus manos y las caricias que aún no se me han negado, con tus
brazos y los abrazos que tanto he anhelado. Aquí estoy, dándole vueltas al
jardín en el que tengo tu pedestal, girando sobre mí misma entre risas tontas
mientras pienso en ti y observo la luna, la única testigo de mis sueños.
Dándole vueltas en la cama a esa idea extraña que tengo
sobre tu mirada que guarda mi único secreto. Entre los apuntes de mis libros
encontré una carta para ti que jamás te di. Entre los sueños me refugie
pensando en ti.
Pensando en los kilómetros que nos distancian y los
milímetros que nos unen, pensando que eres tan real como todos los personajes
de ficción sobre los que he leído, posiblemente ya te habré idealizado cien mil
veces más de las que he intentado contar tus defectos para no pensar demasiado
en ti de la forma incorrecta, si es que hay una correcta forma para pensar.
Al borde de la locura en la que nada mi alma, me
encuentro yo, recordándome que estoy sola en este barco, que todo lo he
inventado, que tú, allá en un mundo lejano, no percibes ni la mitad de lo que
siento, que esto es tan platónico como amar al mismísimo Eros.
Vivo soñando contigo e intento no decirlo, vives
evadiendo mis preguntas y confundiéndome cada instante más, jugando en la
cuerda floja en la que estoy por andar en las nubes como de costumbre,
olvidándome de ver por donde camino, de ver por donde piso.
Le confesé que me gustaba, durante todo ese tiempo, juré
que nunca me gustaría, pero lamentablemente también juré solemnemente que mis
intenciones no eran buenas; Eros descendió del cielo para quitarme la flecha
que hace tanto me había lanzado, alejándome un poco de aquella tortura diaria,
de la comezón que tanto me molestaba. Repase con lentitud la cicatriz que la
flecha me había dejado, la minúscula herida de amor que estaba en mi corazón
por la cual se había metido su aroma hasta mis huesos. Ya había dejado de
molestar, la cámara de los secretos se había abierto y aquel secreto se había
evaporado de mi corazón y había volado no muy lejos, no tenía nada que temer,
después de todo “no hay pecado en enamorarte de alguien” dijo alguna vez un
cazador de dragones y corazones, y si lo llegaba a dudar ¿Alguna vez alguien ha
visto un dragón?
Espere una respuesta que sabía que nunca llegaría, sonreí
al comprobar cuan acertada estaba, agache la mirada mientras seguía de largo
con menos peso, con el alivio de quien ha confesado sus más grandes demonios,
con la tranquilidad de haber dicho la verdad me aleje para otórgame el espacio
que necesitaba, para asimilar las ideas que inundaban mi cabeza, sin querer,
pero queriendo, ignorando al mundo, aun así, a él, porque había mucho que
pensar, además de las últimas palabras dichas.
Las horas habían pasado y podría jurar que por primera
vez en un tiempo estaba en calma, una calma sentimental capaz de manejar el
resto de las cosas demasiado bien, porque después de todo, descubrí que yo no
esperaba una respuesta, solo quería manifestar un hecho que se había incrustado
en mi pecho interrumpiendo mi respiración habitual, como una gran estaca que
impide el flujo natural de la sangre, ahora solo estoy llena de tranquilidad y
calma, tan liviana como una pluma; respire hondo y con una sonrisa respondí la
última llamada de Eros mientras pensaba travesura,
realizada.
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