A
sus besos le faltaban pasión, a sus caricias fuego, el fuego que a mí me
sobraba y recorría mis venas, fuego que se desperdiciaba si estaba con él.
Él,
que me llenaba de caricias suaves, dulces, tiernas, llenas de un amor infinito
que podía palpar en el aire, que sentía al apenas tocarlo. Él, me hacía sentir
como una princesa, como algo que realmente no era, como nunca me había sentido,
él me hacía comportar como una versión demasiado buena de mí misma, demasiado
falsa para ser real.
Yo
estaba entre sus brazos, dejando que todo fuera, esperando a que algo surgiera,
deseando sentir algo más, sin saber que esa era otra forma de sentir, una que
hasta el momento no conocía, una forma calmada de dejarse amar.
Él,
quien intentaba deshacerse de mi razón y conciencia, cada minuto lograba dar un
paso adelante ganándome la partida, yo quien deseaba descubrir tantas partes de
su geografía de formas tan distintas a los fríos métodos utilizados por él que
me aburría de solo pensarlo y me desesperaba en vano al intentarlo.
Yo
deseaba incendiar la lluvia, no quería helar el infierno, no tenía prisa pero
deseaba ir más rápido, aunque él odiara el fuego eso era lo que yo anhelaba, el
calor que me faltaba, el ingrediente a su receta la cual estuvo lista con el
ultimo desbroche de mi vestuario y unos suaves dedos entre las montañas que no
eran mis pechos.
Pero aun así yo tenía mi conciencia, mi
voluntad y mi razón, por otro lado mi corazón estaba en algún sitio guardado
entre mis sueños pasados, me sentía culpable por sentir y desear algo que no
podía esperar, culpable por jugar con el deseo de otra persona, porque eso
hacia cada vez que me decía que no le temiera, como si se tratase de un
monstruo, cosa imposible de pensar por mí.
Mi
cordura me obligaba a apartarme mientras una parte de mí quería quemarse con el
hielo que desprendía cada parte de su ser, porque sabía que de alguna forma él
estaba ardiendo por dentro.
El
hielo puede quemar tanto como el fuego, yo lo sabía en aquel momento en el que
el agua empezó a invadir mi cuerpo para luego congelarme como si deseara
ahogarme en el hielo, el hielo que raspaba mi cara y bajaba por mi cuello, la
espalda helada también a la que le hacía círculos sin fin alguno mientras me
apoyaba sobre el cuerpo helado más resistente al calor que ardía siempre en mí
incesantemente, al que ya me había acostumbrado y que por primera vez tanto
anhelaba, pero estaba dispuesta a hacerlo a un lado, a hacer a un lado mis
gustos para descubrir nuevo caminos helado por el frio y los años.
Las
olas del mar movían el barco de mi vida incesantemente excepto por aquel
horrible sonido traído del infierno para devolverme a la realidad, el horrible
sonido de un celular.
El
hielo al que ya me estaba amoldando crujió como crujen los demonios al ser
molestados, yo bufé como bufa la gente consciente que si se levanta su cordura
no la dejara regresar, pero aun así lo hice, dejando un cuerpo más pálido que
el mío atrás al que luego regresaría porque después de todo hasta el fuego
puede acostumbrarse a las frías, incesantes y suaves caricias del hielo con la
esperanza de que algún día experimente una forma más ardiente de amar.
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